Si estudiamos un poco la zona donde se asiente la aldea de El Rocío (Almonte, Huelva), podremos imaginar cómo sería aquel paraje ocho siglos atrás, antes de que existiera la aldea: un bosque impenetrable de acebuches, sabinas, lentiscos y zarzas.
Actualmente, aunque el paisaje dista mucho de ser el mismo, todavía se conservan 15 acebuches centenarios (algunos de más de 800 años) en los alrededores de la ermita de El Rocío, que continúan jugando un papel importante en la iconografía religiosa y cultural del lugar. Todos los años, la procesión del Rocío hace una parada frente al mayor de estos árboles, que alcanza casi 8 metros de perímetro de tronco, y dibuja su grandiosa silueta en un fondo de cristalinas marismas.
El acebuche (Olea eropaea sylvestris) es la variedad asilvestrada del olivo común. Vive en bosques esclerófilos mediterráneos y de matorral, sobre todo tipo de terrenos, y soporta muy bien la sequía, aunque no así las heladas, a las que es muy sensible. Por este motivo, el acebuche (al igual que el olivo cultivado) no suele encontrarse en las provincias del interior peninsular, marcando su límite septentrional la ribera del Tajo.
Raramente sobrepasan los 10 m de altura, y la forma en la que es más habitual encontrarlo es como arbusto. Poseen una copa redondeada y un tronco tortuoso en los ejemplares añosos, corteza grisácea y muy agrietada. Las ramas tienen extremos espinosos y las hojas son lanceoladas y perennes. Las flores, en racimos, son blancas. El fruto, la acebuchina, es poco carnosa y negruzca en la madurez.
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