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Existen casi 200 especies que van desde plantas enanas de unos pocos centímetros, ideales para los jardines de rocalla, hasta las más altas de casi un metro adecuadas para arriates mixtos.
Además del color de las flores griega silvestre (Achillea tomentosa), un inconfundible color mostaza, se encuentran diversas variedades de flores de color rosa, rojo, cereza, crema, amarillos, casi todas ellas con el mismo bonito follaje y diminutas flores agrupadas en grandes umbelas, o blanco como la Achillea millefolium de nuestra flora, conocida como milenrama.
Estas plantas no son difíciles de cultivar, con la ventaja añadida de que dan gran cantidad de flores. Lo normal es cultivarlas desde semilla en primavera.
Todas las plantas del género Achillea son perennes, y algunas crecen con bastante rapidez formando grandes matas. Toleran la mayoría de los suelos siempre que estén bien drenados; no necesitan estar a pleno sol, aunque no se darán bien si tienen demasiada sombra. Se trata de plantas resistentes capaces de sobrevivir a los inviernos más rigurosos.
El método más fiable de propagación para las especies de Achillea es dividir las plantas en primavera o por semilla. Muchas variedades se autopropagan generando un banco de plántulas, listas para ser trasplantadas. Una excepción son las variedades cultivadas de Achillea filipendulina, que por lo general, no se autopropaga, y cuyas inflorescencias siguen presentando un aspecto hermoso en invierno, mucho después de que las flores hayan desaparecido.
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